25 jul 2009

HOMILIA DEL DOMINGO 26 de Julio 2009. Material del Presbítero Carmelo Hernández España


Nuestros cinco panes de cebada 2Rey. 4, 42-44; Sal. 144; Ef. 4, 1-6; Jn. 6, 1-15


Comienza el evangelio diciéndonos que ‘seguía mucha gente a Jesús, porque habían visto los signos que hacía con los enfermos’. Concluirá diciéndonos que ‘las gentes la gente el signo que había hecho decía: Este es el Profeta que había de venir’.


Y querían hacerlo rey. Jesús realiza un gran signo. Un signo que va a tener resonancias pascuales. Los mismos gestos que Jesús realiza, ‘tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió’, los va a repetir en la Última Cena y serán los que nosotros repitamos cada vez que celebremos el Memorial de su Pascua. Por eso el evangelista apunta, ‘estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos’.


Era un anticipo de la pascua definitiva y eterna que nosotros celebramos para siempre cada vez que celebramos la Eucaristía.Jesús había subido a la montaña y allí se había sentado con los discípulos. Al levantar los ojos y ver la multitud que se acercaba dice a Felipe: ‘¿Con qué compraremos panes para tanta gente, para que coman estos?’ Esta vez el evangelista no nos dice que Jesús se pusiera a enseñarles, como tantas veces nos lo repite el evangelio en ocasiones así que mucha gente se reúne a su alrededor.


La lección de Jesús hoy es su actuar; su misericordia y compasión que le mueve a actuar ante una necesidad que está ante El y que nos impulsa a actuar a nosotros. El sabía lo que había que hacer, pero implica a los discípulos, implica a la gente que está ante El con su necesidad. Es la pregunta a Felipe y es el actuar de Andrés que averigua qué es lo que hay y donde puede haber soluciones. ‘Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces, pero ¿qué es eso para tantos?’ Ya Felipe había dicho ‘doscientos denarios de pan no bastan para comprar para que a cada uno le toque un pedazo…


¿y dónde lo vamos a comprar en descampado?’ Pero también se ha implicado a aquel muchacho que pone a disposición los cinco panes de cebada y los dos peces. Es el pan de los pobres; panes de cebada, no de harina de trigo. Como la ofrenda de los pobres eran aquellos veinte panes de cebada del milagro de Eliseo, en la primera lectura. ‘Vino un hombre de Bal-Salisá trayendo en la alforja el pan de las primicias –veinte panes de cebada – y grano reciente para el siervo del Señor’. El pan de los pobres que se parte y se reparte; el pan de los pobres que cuando se comparte dará para tanto que al final hasta sobrará. ‘Esto dice el Señor. Comerás y sobrará… comieron y sobró como había dicho el Señor’, según nos dice el libro de los Reyes. ‘Recoged los pedazos que han sobrado, que nada se desperdicie. Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido’, nos señala detalladamente el evangelista.Es grande la lección. El pan de los pobres compartido da para mucho.


Esto nos tendría que hacer reflexionar mucho. Cuando rebosamos de amor cómo puede cambiar la visión de las cosas; cómo los problemas no son tan grandes problemas , porque la solidaridad de los que ponemos o somos capaces de poner los cinco panes de cebada de nuestra pobreza, grandes soluciones se pueden encontrar. ¡Qué distinto sería nuestro mundo si todos entráramos en ese camino de solidaridad! ¡Qué dados al derroche en los tiempos de las vacas gordas del bienestar y qué poquito somos capaces de pensar en los demás!Ya al principio del comentario dejamos entrever la relación de este signo de Jesús con la Pascua y con la Eucaristía. En los próximos domingos vamos a escuchar lo que llamamos el discurso del ‘pan de vida’, que nos anuncia la Eucaristía. Pero también lo que hoy hemos escuchado nos está dando pautas del compromiso que para el cristiano significa celebrar la Eucaristía.El pan multiplicado, ya fuera en el milagro de Eliseo, ya por Jesús en el Evangelio, es el pan de las ofrendas. Ofrenda de los pobres, como dijimos, fueron los 20 panes de cebada de lo que nos habla la primera lectura. Ofrenda de los pobres fueron los cinco panes de cebada y los dos peces del muchacho del evangelio.


Es la ofrenda que tenemos que saber hacer nosotros en la Eucaristía. Porque no venimos como espectadores de lo que hace Jesús, sino que El quiere contar con nosotros como contó con Felipe y Andrés, y como contó con el joven que ofreció los cinco panes de su pobreza. El quiere también implicarnos a nosotros. De ninguna manera la actitud del cristiano puede ser la actitud pasiva.Tenemos que hacer nuestra ofrenda, poner nuestros panes de cebada si en nuestra pobreza eso es lo que tenemos. ¡Cuánto se puede hacer con poquita cosa! No olvidemos que el Señor sabe multiplicarlo. Y no es que nos contemos con poca cosa por tacañanería, porque hemos de ser generosos para poner lo que somos, lo que es nuestra vida, lo que tenemos. Es lo que hacemos en cada Eucaristía cuando llega el momento de las ofrendas. No es que simplemente de forma ritual traigamos el pan y el vino de la Eucaristía, sino que ese momento tiene que tener su hondura, su profundidad, la hondura y la profundidad que nosotros queramos darle con toda nuestra vida.Y es que la Eucaristía nos compromete. De la ofrenda de la Eucaristía tenemos que salir con un compromiso en el compartir generoso. Por eso ritualmente es el momento es que se recoge aquello con lo que económicamente queramos contribuir para los pobres o para las necesidades de la Iglesia. Pero es mucho más que una moneda lo que tenemos que poner en ese momento de la Eucaristía. Es nuestra vida, la generosidad de nuestro corazón, nuestro compromiso de amor. Es la ofrenda de nuestro trabajo en todos los sentidos. Es la ofrenda de aquello que hacemos y vivimos dentro de la Iglesia y de la comunidad. Es la ofrenda de nuestro compromiso a nivel social o político con nuestro mundo.No se puso Jesús a enseñar a la gente, como decíamos antes, cuando subió a la montaña, pero sus gestos, sus actitud, su generosidad, su corazón compasivo nos está invitando a muchas cosas.


10 jul 2009

HOMILIA DOMINGO 12 de Julio 2009


Un Aporte Simbólico de Nuestro Amigo de España, Padre Carmelo Hernández.
Ve y profetiza a mi pueblo con las señales del amor que son las señales del Reino Amós, 7, 12-15; Sal. 84; Ef. 1, 3-14; Mc. 6, 7-13


‘El Señor me sacó de junto al rebaño y me dijo: Ve y profetiza a mi pueblo de Israel’. No era un profeta de lo que podríamos llamar de dedicación exclusiva. Era un pastor y un agricultor, ‘cultivador de higos’. El Señor le llama y le envía. Y El disponible para el Señor obedece y es fiel a la misión que se le ha confiado.Por su parte en el Evangelio Jesús llama a los doce y los envía ‘de dos en dos’. No eran letrados ni maestros en Israel, no eran sacerdotes ni levitas, unos eran pescadores, otro un recaudador de impuestos, otros unas buenas gentes de Galilea, jóvenes inquietos que habían seguido con esperanza en el corazón al profeta de Nazaret que había surgido porque querían ver cumplidas sus esperanzas en el Mesías que había de venir. Un día Jesús había pasado junto al lago mientras remendaban y repasaban las redes y la barca después de la pesca y los había invitado a seguirle para hacerlos pescadores de hombres; otro día había pasado junto a la garita del recaudador de impuestos y le había invitado a seguirle; otros se habían encontrado con Jesús en su búsqueda de algo nuevo y se habían ido con El. Ahora los llama por su nombre, los constituye apóstoles y los envía con autoridad sobre los espíritu inmundos a predicar la conversión y el perdón de los pecados, a anunciar que el Reino de Dios está cerca, y a curar enfermos y echar demonios.¿Había sido lo que ellos aspiraban y soñaban? Inquietud había en sus corazones cuando se habían ido con Jesús. Eran jóvenes y sentían el deseo de algo nuevo y grande, algo que les había cambiar no sólo sus propias vidas sino que se sentían con fuerza para cambiar también muchas cosas. Jesús les había salido al paso y se los llevó con El; se dejaron cautivar por Jesús; surgía tanta esperanza en el corazón cuando escuchaban sus palabras. No se podían quedar amodorrados en lo que había sido su vida de siempre y no temían ponerse en camino. Tenemos que reconocer que eran audaces y valientes para emprender algo nuevo. Poco a poco la fe y el amor había ido creciendo en sus corazones por Jesús y ahora se veían embarcados en la tarea de anunciar y construir el Reino de Dios.¿Qué soñamos y aspiramos nosotros? Seguro que tenemos el corazón lleno de buenos deseos. ¿Habrá ido creciendo también nuestra fe y nuestro amor por Jesús? El hecho de que cada semana al menos fielmente vengamos a estar con El en la Eucaristía puede ser un buen síntoma. También queremos seguir a Jesús y nos llamamos cristianos, o sea, sus discípulos, o lo que es lo mismo los que queremos seguir el paso del camino de Jesús. Con nuestras dudas, con nuestros miedos, con nuestras inquietudes, con nuestras debilidades, con nuestras luchas, con nuestros buenos deseos… ¿Seremos audaces como aquellos primeros discípulos para ponernos nosotros también en camino?Queremos cada día crecer más y más en nuestra fe y en nuestro amor. Nos dejamos iluminar por su Palabra y nos queremos dejar caldear por el fuego de su Espíritu de amor. Pero todo eso no es para nosotros solos, para que nos enriquezcamos nosotros solos con su gracia. ¿Sentiremos también la llamada que nos impulsa hacia delante para ir al encuentro con los demás con la Buena Noticia de lo que vivimos? Tenemos que ser apóstoles también, enviados de Jesús.Cristo también a nosotros nos envía y nos confía una misión, su mismo misión. El anuncio del Reino, la construcción del Reino de Dios día a día en nuestro mundo es nuestra tarea también. Un anuncio que tenemos que manifestar con nuestra vida. Nuestro actuar tiene que manifestar también las señales del Reino. Como los apóstoles que llevaban el mensaje de la paz, que curaban a los enfermos o echaban demonios. Si nos hemos enriquecido con toda clase de bendiciones y de gracia en Cristo Jesús, como nos dice san Pablo en la carta a los Efesios, si hemos sido elegidos para ser consagrados, ser santos, para ser irreprochables en el amor, todo eso no lo podemos encerrar en nosotros mismos; si así se ha derrochado su amor en nosotros, ahora tenemos que llevarlo a los demás, tenemos que hacer partícipes a nuestro mundo de esa Sabiduría de Dios, de esa gracia; tenemos que decirle a los demás, también vosotros estáis salvados – ‘esa extraordinaria noticia de que habéis sido salvados’, como nos dice san Pablo -, también para vosotros es la salvación, el tesoro de la gloria de Dios.Finalmente un detalle. En el envío que hace Jesús de los Doce, como hemos escuchado en el evangelio, vemos que Jesús les pide que lleven pocas cosas, ‘para el camino un bastón… unas sandalias, y nada más… ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja, ni una túnica de repuesto…’ ¿Qué querrán significar esas recomendaciones de Jesús?El solamente nos pide disponibilidad para ir con corazón generoso a los demás; que no llevemos las ataduras de pesados bagajes o alforjas que nos impidan esa libertad de movimiento nacida del amor. No vamos a hacer ostentación de nosotros mismos ni de lo que nosotros valemos o podemos, sino que es el anuncio de Jesús y de su Reino lo que tenemos que trasmitir. Es a Jesús a quien anunciamos y en quien tienen que fijarse y a quien tienen que escuchar. ‘Ve y profetiza a mi pueblo…’ nos dice el Señor como al profeta. Las únicas señales que tenemos que dar son las del amor. ‘Curar enfermos, echar demonios, llevar el saludo de la paz’, como los apóstoles. Seremos profetas y cumpliremos la misión confiada si damos esas señales del amor. Esos signos de amor que tendrán que traducirse en tantas cosas buenas que podemos hacer por los otros en nuestro compartir generoso, en la misericordia de nuestro corazón, en la acogida sincera y auténtica de todo hombre como hermano, en la paz que trasmitimos desde la sinceridad de nuestro corazón, en tantas y tantos obras de misericordia que tenemos oportunidad de realizar cada día.

8 jul 2009

DIEZ CONSEJOS DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI - PARA LOS JÓVENES. 08 Julio 2009



10 CONSEJOS DEL PAPA BENEDICTO XVI A LA GENTE JOVEN.


1) Dialogar con Dios "Alguno de vosotros podría tal vez identificarse con la descripción que Edith Stein hizo de su propia adolescencia, ella, que vivió después en el Carmelo de Colonia: "Había perdido consciente y deliberadamente la costumbre de rezar". Durante estos días podréis recobrar la experienciavibrante de la oración como diálogo con Dios, del que sabemos que nos ama y al que, a la vez, queremos amar".


2) Contarle las penas y alegrías "Abrid vuestro corazón a Dios. Dejaos sorprender por Cristo. Dadle el "derecho a hablaros" durante estos días. Abrid las puertas de vuestralibertad a su amor misericordioso. Presentad vuestras alegrías y vuestraspenas a Cristo, dejando que él ilumine con su luz vuestra mente y toque con su gracia vuestro corazón.


3) No desconfiar de Cristo "Queridos jóvenes, la felicidad que buscáis, la felicidad que tenéis derecho de saborear, tiene un nombre, un rostro: el de Jesús de Nazaret,oculto en "la Eucaristía. Sólo" En la Eucaristía, él da plenitud de vida ala humanidad. Decid, con María, vuestro "sí" al Dios que quiere entregarse a vosotros. Os repito hoy lo que dije al principio de mi pontificado: `Quien deja entrar a Cristo en la propia vida no pierde nada, nada, absolutamente nada de lo que hace la vida libre, bella y grande. No! Sólo con esta amistad se abren de par en par las puertas de la vida. Con esta amistad se abren realmente las grandes potencialidades de la condición humana. Sólo con esta amistad experimentamos lo que es bello y lo que nos libera'. Estad plenamente convencidos: Cristo no quita nada de lo que hay de hermoso y grande en vosotros, sino que lleva todo a la perfección para la gloria de Dios, la felicidad de los hombres y la salvación del mundo".


4) Estar alegres: querer ser santos "Más allá de las vocaciones de especial consagración, está la vocaciónpropia de todo bautizado: también es esta una vocación a aquel `alto grado' de la vida cristiana ordinaria que se expresa en la santidad. Cuando seencuentra a Jesús y se acoge su Evangelio, la vida cambia y uno es empujado a comunicar a los demás la propia experiencia (...). La Iglesia necesita santos. Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos puedenrenovar la humanidad. Invito a que os esforcéis estos días por servir sin reservas a Cristo, cueste lo que cueste. El encuentro con Jesucristo os permitirá gustar interiormente la alegría de su presencia viva y vivificante, para testimoniarla después en vuestro entorno".


5) Dios: tema de conversación con los amigos "Son tantos nuestros compañeros que todavía no conocen el amor de Dios, obuscan llenarse el corazón con sucedáneos insignificantes. Por lo tanto, es urgente ser testigos del amor contemplado en Cristo. Queridos jóvenes, laIglesia necesita auténticos testigos para la nueva evangelización: hombres y mujeres cuya vida haya sido transformada por el encuentro con Jesús; hombres y mujeres capaces de comunicar esta experiencia a los demás".


6) El domingo, ir a Misa No os dejéis disuadir de participar en la Eucaristía dominical y ayudad también a los demás a descubrirla. Ciertamente, para que de esa manera la alegría que necesitamos, debemos aprender a comprenderla cada vez másprofundamente, debemos aprender a amarla. Comprometámonos a ello, ¡vale la pena! Descubramos la íntima riqueza de la liturgia de la Iglesia y suverdadera grandeza: no somos nosotros los que hacemos fiesta para nosotros, sino que es, en cambio, el mismo Dios viviente el que prepara una fiesta para nosotros. Con el amor a la Eucaristía redescubriréis también el sacramento de la Reconciliación, en el cual la bondad misericordiosa de Dios permite siempre iniciar de nuevo nuestra vida.


7) Demostrar que Dios no es triste Quien ha descubierto a Cristo debe llevar a otros hacia él. Una gran alegría no se puede guardar para uno mismo. Es necesario transmitirla. Ennumerosas partes del mundo existe hoy un extraño olvido de Dios. Parece que todo marche igualmente sin él. Pero al mismo tiempo existe también unsentimiento de frustración, de insatisfacción de todo y de todos. Dan ganas de exclamar: ¡No es posible que la vida sea así! Verdaderamente no.


8) Conocer la fe Ayudad a los hombres a descubrir la verdadera estrella que nos indica el camino: Jesucristo. Tratemos nosotros mismos de conocerlo cada vez mejor para poder guiar también, de modo convincente, a los demás hacia él. Por esto es tan importante el amor "la sagrada Escritura" y en consecuencia, conocer la fe de la Iglesia que nos muestra el sentido de la Escritura.



9) Ayudar: ser útilSi pensamos y vivimos en virtud de la comunión con Cristo, entonces se nos abren los ojos. Entonces no nos adaptaremos más a seguir viviendo preocupados solamente por nosotros mismos, sino que veremos dónde y cómo somos necesarios. Viviendo y actuando así nos daremos cuenta bien pronto que es mucho más bello ser útiles y estar a disposición de los demás quepreocuparse sólo de las comodidades que se nos ofrecen. Yo sé que vosotros como jóvenes aspiráis a cosas grandes, que queréis comprometeros por un mundo mejor. Demostrádselo a los hombres, demostrádselo al mundo, que espera exactamente este testimonio de los discípulos de Jesucristo y que, sobre todo mediante vuestro amor, podrá descubrir la estrella que como creyentes seguimos.


10) Leer la Biblia El secreto para tener un "corazón que entienda" es formarse un corazóncapaz de escuchar. Esto se consigue meditando sin cesar la palabra de Dios y permaneciendo enraizados en ella, mediante el esfuerzo de conocerla siempre mejor. Queridos jóvenes, os exhorto a adquirir intimidad con la Biblia, a tenerla a mano, para que sea para vosotros como una brújula que indica el camino a seguir. Leyéndola, aprenderéis a conocer a Cristo. San Jerónimo observa al respecto : "El desconocimiento de las Escrituras es desconocimiento de Cristo"


En resumen...


Construir la vida sobre Cristo, acogiendo con alegría la palabra y poniendo en práctica la doctrina: ¡he aquí, jóvenes del tercer milenio, cuál debe ser vuestro programa! Es urgente que surja una nueva generación de apóstoles enraizados en la palabra de Cristo, capaces de responder a los desafíos de nuestro tiempo y dispuestos a para difundir el Evangelio por todas partes. ¡Esto es lo que os pide el Señor, a esto os invita laIglesia, esto es lo que el mundo - aun sin saberlo - espera de vosotros! Y si Jesús os llama, no tengáis miedo de responderle con generosidad, especialmente cuando os propone de seguirlo en la vida consagrada o en la vida sacerdotal. No tengáis miedo; fiaos de Él y no quedaréis decepcionados.

4 jul 2009


Nuestra respuesta al regalo de salvación de la Palabra de DiosEz. 2,2-5; Sal. 122; 2Cor. 12, 7-10; Mc. 6, 1-6
Material Gentileza del Presbítero Padre Carmelo Hernández, desde Tenerife España


La profecía de Ezequiel que hoy hemos escuchado nos recuerda a Isaías en el texto que Jesús leyó en su visita a la sinagoga de Nazaret, como se nos cuenta en el evangelio de Lucas. ‘El Espíritu entró en mí, me puso en pie y oí que me decía… yo te envío a los israelitas…’Jesús está lleno del Espíritu del Señor que le ha ungido y ha enviado a anunciar la Buena Noticia de Salvación… proclamar la amnistía, el perdón, la gracia salvadora de Dios.La Palabra que se nos proclama espera respuesta por nuestra parte. La salvación es un regalo de gracia del Señor pero que tenemos que acoger y aceptar. Dios no nos obliga ni a la salvación. Nos ofrece su regalo de salvación. Pero podemos cerrar las puertas de la vida a la gracia salvadora del Señor.Sucedió entonces y sigue sucediendo. Jesús en el evangelio nos lo muestra de diferentes maneras. Algunas veces con parábolas como la del trigo caído en tierras diferentes con la disparidad de sus frutos. Otras, como hoy, nos habla de la actitud y hasta rechazo de sus gentes en Nazaret.Todas las preguntas que se hacen las gentes de Nazaret eran como poner ‘peros’ o pegas a la acción de Jesús. ¿Quién es éste? ¿Cómo sabe tanto? ¿Y esos milagros que sabemos que ha hecho en Cafarnaún y en otros lugares?‘No rechazan a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa’, diría Jesús. ‘No pudo hacer allí ningún milagro… y se extrañó de su falta de fe’. ‘Ellos, te hagan caso o no te hagan caso (pues son un pueblo rebelde), sabrán que hubo un profeta en medio de ellos’, que decía la profecía de Ezequiel. Hablábamos de la respuesta a la Palabra salvadora de Jesús, de la respuesta negativa de las gentes de Nazaret, pero ¿cuál es nuestra respuesta? Ya sabemos que cuando escuchamos y comentamos la Palabra de Dios no nos quedamos en hacer juicio de la respuesta que otros dieron a Jesús. La Palabra es una palabra viva que el Señor nos dirige, que el Señor dirige a cada uno de los presentes. Por eso siempre tenemos que mirarnos en el espejo de esa Palabra dicha y escuchada para ver nuestra respuesta.Si miramos el conjunto de nuestra sociedad y del amplio campo de nuestro mundo ya sabemos y somos conscientes de la respuesta. No vamos a contentarnos en nuestra reflexión con lamentaciones sobre la increencia de la gente, la indiferencia religiosa en la que se está cayendo o la pérdida de valores que se sustituyen por ese materialismo de la vida, ese hedonismo o apetencia de vida fácil y placentera que estamos viendo como algo predominante en nuestra sociedad entre otras cosas.Yo querría pensar en la respuesta que damos los que estamos más dentro de la Iglesia, de los que venimos a Misa cada semana o cada día y escuchamos la Palabra, en nosotros mismos que estamos aquí reunidos y me pongo yo el primero en este análisis o examen.No nos extraña que los ajenos a la religión o al espíritu o sentido cristiano no terminen de entender el mensaje de Jesús, digan no sé cuantas cosas de la Iglesia y hagan sus propias interpretaciones, por ejemplo, del magisterio de la Iglesia, lo que nos enseña el papa o nuestros obispos. Cogerán, como se suele decir, el rábano por las hojas, tomarán una frase fuera de contexto según sus visiones e intereses y harán sus interpretaciones, sus juicios, como sucede tantas veces con el magisterio del Papa. Casos recientes tenemos muchos. Pero, ¿no estaremos cayendo en esas redes los que nos sentimos más cercanos de la Iglesia, los que estamos dentro de ella? Muchas veces nos dejamos arrastrar por esos comentarios y los aceptamos sin más, sin buscar la manera de conocer mejor lo que realmente nos ha dicho la iglesia o el Papa. Otras veces también queremos hacer nuestras rebajas en principios fundamentales de nuestra fe o de nuestra moral cristiana basada en el evangelio. O nos vamos con éste o con aquel porque nos cae más simpático, o porque con su palabrería halaga mis oídos, mis intereses o mis pasiones diluyendo el espíritu del evangelio. Son peligros y tentaciones que todos tenemos.Los convecinos de Jesús en Nazaret sacaban a relucir que si era el carpintero, o si era el hijo de María, o que por allí andaban sus parientes. Pero ¿estaban abiertos a la Palabra de Dios que Jesús proclamaba y al anuncio del Reino? Ya el mismo evangelista nos comenta que Jesús se extrañaba de su falta de fe. O sea, que lo importante cuando estaban escuchando a Jesús no era la Palabra de Dios que Jesús les trasmitía y que era Jesús mismo, sino que estaban pendientes de otras cosas más accidentales.¡Cuántas cosas y comentarios tenemos que escuchar quienes tenemos que anunciar y proclamar la Palabra de Dios! Que si no nos entienden, que si tenemos que adaptarnos más, que si se tiene que hablar de ésta o de no sé qué forma… Y este sacerdote me cae más en gracia y que sermones más ‘bonitos’ dice no se quién, que el otro es un aburrido, que si es de esta tendencia o de no sé qué movimiento y esos sí que lo aplaudirán…Pero me pregunto, ¿con qué espíritu de fe vamos a escuchar la Palabra de Dios? ¿Venimos realmente a escuchar lo que el Señor tiene que decirnos hoy y aquí allá en lo hondo de mi corazón y que el Señor se servirá de aquella celebración o de aquel sacerdote con todas sus limitaciones?Que no nos cerremos a la Palabra de Dios detrás de nuestros prejuicios o buscando salvar nuestros deseos o intereses. Que haya una apertura de verdad de nuestro corazón a la gracia de Dios que llega a nosotros. Que no seamos ese pueblo testarudo y rebelde del que nos habla hoy la profecía. Y si nos damos cuenta ahora al ir oyendo su Palabra – o leyendo este comentario los que me siguen a través de la red - en nuestro corazón de esa testarudez y cerrazón, demos respuesta cambiando nuestra actitud. Aunque nos cueste y nos escueza la Palabra que el Señor hoy nos dirige, dejémonos sanar por ella. Si nos escuece es que hay una herida abierta que tenemos que sanar; y la Palabra sana y salva; y la Palabra tiene que ser ese bálsamo, esa medicina que nos cure y nos llene de salud, salvación y vida.